viernes, 9 de marzo de 2012

Volutas de Humo.

De la acomodación en sus lugares.
De ese espacio, para ser llenado con la presencia.
Volutas de humo, salieron del otro lado de la sala. Ahí, detrás de ese gran respaldo de aquel sillón mullido.
Pudo sentir el vértigo que esa sensación le causaba. La sala era grande y profunda, como alguno de aquellos sueños que tanto lo habían perturbado de niño.
Cada uno de sus pasos, generaban un ruido inesperado al pisar. La alfombra parecía no dar señales de su existencia. Era la fiel testigo de su silencio.
A mitad del salón, se dió cuenta que ademas de reflejarse al espejo, todos en ese lugar lo miraban. Fue de esas sensaciones, que emiten un mensaje antes de ser captada. Esas, que capta un profundo sentido, que muy pocas veces reconocemos.
En esa sala, nadie respiraba, no había esos movimientos que emiten los seres vivos, esos gestos que percibimos sin mirar, pero que entendemos.
Sus pensamientos comenzaban a alterar sus ritmos. De pronto, el pulso de su sangre comenzó a imponer el propio, sus pies comenzaron a crear el sonido esperado al rozar la alfombra. Su mirada se despejó y sintió una suave brisa sobre la frente.
Esos sueños, siempre llegaban cómo los monstruos en el tren fantasma, que presos de sus realidades, intentan roboticamente, asirse de uno, sin poder logralo.
La alfombra parecía crecer bajo sus pies a cada paso y recordó cual era su destino.
Llegó al respaldo del sillón rojo, sintiendo su corazón acelerado, sus manos húmedas y sus piernas flojas.
El sillón comenzó a girar lentamente y el humo detenido en el tiempo, permaneció en el espacio, el tiempo necesario para percibir todo su recorrido.
Lo primero que pudo ver, en esa velocidad, fue una mano con un extraño anillo. Extraño, porque sus formas remitían a algún intenso recuerdo.
Esos recuerdos que le permitían sentir la velocidad del paso del tiempo.
Un traje azul a rayas la escoltaba, una camisa blanca, unos zapatos negros y una corbata negra, como la luz de aquel lugar.
Lo miró a los ojos y descubrió que su parecido era infinito. Su mirada, se perdió en caminos lejanos, descubrió que no era necesario explicar todo aquello, que esa realidad estaba donde el quería, su espacio vibraba con su pulso. Pudo sentir, que su mundo ya no era suyo, que su mirada lo estaba observando, tan atenta como él.
Fué cuando le habló y le dijo:
Esa mañana que te levantaste y viste esa montaña que nublaba su cima.
Esa lluvia que caía sobre tu cara, en ese verano.
Ese espejo retrovisor que junta el sol con el horizonte.
Ese follaje al viento en un cielo azul.
Las olas chocando la costa.
La brisa en el pasto salvaje.
Ese viento que no se ve, pero se siente.
Esos sonidos en la noche.
Todas esas experiencias que resumen tu naturaleza, están aquí y quieren que las reconozcas, por lo que te une a ellas.

Luego giró y desapareció con la alfombra, el espejo, el sillón, el salón y dejó a esas personas que no respiran, como fiel testimonio de una realidad detenida en el tiempo.
Entendió muchas cosas, pero entre ellas, una le recordó como vivir sin respirar.

Pablo Brand

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