De la conexión de la música y su necesidad del tiempo.
De su evolución, utilizando el tiempo de la mejor manera.
Como intepretar ese tempo, como llegar a esa composición mágica, que navegue en el interior de las personas y produzca la satisfacción de encontrarse en lo mas profundo de su Universo, el de todos.
Las imágenes, pretérito imperfecto que destruyen el tiempo y generan la necesidad de atrapar al espectador en un tiempo nuevo, en el que no fluye las cosas, en el que lo detenido se mueve, en esa nave interior que detinda recorre el Universo.
Ese espacio que se define, como la distancia entre las cosas, pero que no existe.
Ese tiempo, que todos creamos por la necesidad de atraparlo.
El arriba y el abajo, lo femenino y lo masculino, lo bueno, lo malo, lo blanco lo negro y millones de cosas que creamos para olvidar nuestro mayor tesoro, todo aquello que no existe para el tiempo y el espacio.
Notas de una fiesta que navegan a la deriva del tiempo y el espacio.
Experiencia que solo disfruta aquel que es devorado por su peor miedo y sonríe sabiendo que el miedo no tiene dos caras.
Que el miedo es nuestro reflejo en el espacio del tiempo.
Son los anhelos de capturar lo que no existe, de tomar el reflejo del espejo y dejarlo que se mueva por nosotros.
Soles y Lunas, vientos y brisas, aromas e imágenes.
Cuando los recuerdos se muestran sin relación a lo vivido, ni lo deseado.
Cuando la mirada es pura, sin mas deseos que aquel de ser vista por el reflejo de otra mirada, sin distinciones de cual es la reflejada o mirada.
Desatar el nudo de lo bueno y lo malo, para ver la cuerda, que suena sin tiempo ni espacio.
Pablo Brand
crónicas de esta era.
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