jueves, 4 de febrero de 2010

Naufrago

NAUFRAGO.

Sonaba con la profundidad que mis ojos no me mostraban.
Era ese nuevo lugar a donde me habían empujado, había querido ir, esa suma de cosas que me dejaron en la costa. Ahí, todavía tosiendo y sacándome la arena escuche su música.
Era otra dimensión. La escuchaba y mis ojos no la veían. Esa sensación era extraordinaria y rara a la vez, a tal punto que comencé a creer que lo raro siempre era lo que me gustaba.
Mire el mar, aun revuelto con la tormenta que me había traído y comencé a sentir que la arena me abrigaba, que el viento soplaba de otra manera, que las cosas no se movían todo el tiempo en un caos misteriosamente ordenado.
Fue cuando me di cuenta, que lo raro siempre había sido nuevo.
Comenzó a llover y el cielo estaba claro y no se veían tormentas. Pero llovía.
Camine tanto por la costa que dejo de llover, la arena se volvió más caliente, el mar verde y el cielo azul.
Me dijeron que tenía que detenerme y esperar.
Fue cuando lo vi, un escarabajo dorado me había seguido todo el viaje.
Nos miramos…
y lo entendí.
Volví a mirar su caparazón dorado y me descubrí mirándome a través de él…
Fue cuando él me entendió.
Nos saludamos.
Volví al mar, ahora calmo.
Vi el cielo reflejarse en las olas, los peces rodearme y flote…
Flote mucho…
Y volví a escucharla, esas notas que se prolongaban en la distancia y se volvían a hundir en el mar.
Sus notas me acariciaban, sus manos me mecían y volví a escucharla, para fundirme en sus sueños.
Me fui.
Naufrague.

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