Este es un capitulo de un cuentito de un personaje llamado Cristian.
Capitulo 1.
Mi abuela chiflaba algunos tangos mientras lavaba ropa en el lavadero. Era lejano y oscuro, pero fresco en verano como ningún lugar en la casa. Quizás la cercanía con la parra, era lo que mas lo mantenía fresco.
Recuerdo un día: vi un tordo por la ventana de la cocina, parado en la parra del patio. Desde la mesa de la cocina, se veía casi la totalidad de la parra que era lo que estaba por arriba. Lo demás del fondo, lo de abajo, solo se veía si uno se subía a la mesa, cosa que era difícil, porque era redonda y nunca sabias donde estaban las patas. Habían sido dos intentos y un despelote madre por cada intento. Había descubierto que el reto era menor, si la mesa no estaba puesta.
No me anime a subir ya que estaba la masa de los buñuelos arriba de la mesa y eso si que no se podía caer al piso, porque eran los más ricos del universo después de pasarlos por el aceite.
Volví a mirar al tordo y lo vi curioso, mirando expectante y atento.
Era el momento en que los grandes se iban levantando de la siesta y había una relación directa entre la siesta y la integridad del silencio.
Al silencio no había que romperlo en esas horas, era el objeto más preciado para los grandes y que por ser grandes, tenían el poder de romperlo cuantas veces quisieran y cuando quisieran. Lo grandioso de todo era que había una relación directa entre el calor y la fragilidad del silencio. Si en una tarde de mucho calor uno rompía el silencio, cosa que era más fácil romper en un día de calor que en uno frio, se armaba un despiole terrible. En cambio en invierno a veces, nadie se daba cuenta cuando se rompía el silencio.
Todas estas teorías me costaron mucho, ya que a cada prueba le correspondía una hora de silencio y a veces penitencia. Lo grandioso de todo era ir viendo como la casa, los despertaba a todos, porque era imposible pensar que todos, se ponían de acuerdo para levantarse de la siesta al mismo tiempo. Es cierto que algunos lo hacían más rápido que otros, pero en definitiva la casa parecía despertarse.
Fue en esa transición que lo vi por primera vez al tordo.
Hasta ese momento no había prestado atención al sonido, lejano pero claro, navegando en el calor del verano.
Ninguna pluma se le movía, parecía una flecha en dirección al lavadero.
Tenía los ojos semi abiertos como paladeando una hoja del jardín.
En esa época me gustaba inspeccionar los sabores del jardín de mis abuelos. Ya había descubierto que las hojas más rugosas, eran las que más había que masticar para que dieran el gusto. Que los tallos cuando mas lejos de la hoja tenían gusto a madera y me pasaba horas descubriendo en que estaban pensando las plantas dueñas de esas hojas, ya que el sabor indefectiblemente estaba asociado al pensamiento.
Había una en el fondo, que siempre pensaba lindo y que de grande me dijeron que se llamaba Malvón.
Cuando salí al patio, el tordo, que desde ese día lo llame Juan, había desaparecido.
Fue cuando se me ocurrio elaborar la teoría más asombrosa de mi vida.
Pablo Brand
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